lunes, agosto 31, 2015

Como los champiñones

Como oriundo de lo que se llama "provincias", no puedo dejar de pensar lo fuera de lugar que se queda uno a veces en un entorno que no es en el que se ha crecido. Porque no sólo soy de provincias: encima, soy de pueblo.

En un gag del gran Gila, éste narraba su infancia en el pueblo comenzando por "en cuanto nacíamos nos ponían la boina, y crecíamos como los champiñones". Algo así es la sensación que uno tiene, y aunque no llevemos boina en la cabeza la llevamos por dentro: eres de pueblo, lo serás por siempre con todo lo que ello conlleva.

Esto te lleva a pensamientos absurdos: para explicarlo voy a hacer un paralelismo con la interpretación que hace a veces del lenguaje algunos feministas: saben que hay quien se toma en serio y como un signo de opresión cosas como que, por ejemplo, lo bueno sea "cojonudo" y lo aburrido sea "un coñazo". Démosle un giro y veámoslo desde la dicotomía ciudad/pueblo: así, la buena educación es "urbanidad", los habitantes de un lugar de pleno derecho son "ciudadanos", en pleno uso de sus derechos "civiles" como toda persona "civilizada". Los términos "pueblerino", "rural", "provinciano", hacen mención a cosas vulgares, un poco salvajes, "incívicas". Esto, que parece una chorrada, efectivamente lo es.

A veces me siento un poco como ese personaje que interpretaba Paco Martínez Soria que andaba por el aeropuerto, con su boina, su garrota y su gallina debajo del brazo (y si no era una gallina, era un melón de su propio huerto) y su cara de perplejidad e incomprensión ante la "sofisticación" urbanita.

El otro día venía yo de hacer recados cuando me cruzo a un chico que creo de mi edad, éste cabalgaba en un longboard con su barba hasta el pecho, sus rastas recogidas en una suerte de moño a lo Marge Simpson, su tatuaje en la pantorrilla visible gracias a sus pantalones piratas (llovía, pero si te haces un tatuaje en la pantorrilla se tiene que ver así llueva o nieve, para eso te lo haces, para marcar tu individualidad dentro de un grupo social en el que todos hacen exactamente lo mismo), y su perro de raza, de cuya raza no me acuerdo pero una de las que están de moda. Yo iba con mis vaqueros, mis playeros y mi camiseta: la vívida imagen de lo común y corriente.

Yo puedo aceptar que soy un poquito bruto, un poquito tosco, pero alguno de ciudad también debería admitir que resulta un poquito ridículo. La diferencia es que los de pueblo tenemos tarde o temprano que adaptarnos a la ciudad, y ese contraste de ambientes te da una perspectiva que los de ciudad "puros" no tienen (tampoco los de pueblo "puros"). Alguien de ciudad por lo general no tiene la necesidad de adaptarse al pueblo, (algunos no durarían cinco minutos).

¿Quiero decir que los de pueblo somos mejores que los de ciudad? No, en absoluto: algunos de pueblo son personas de más sentido que algunos de ciudad, y viceversa. Pero siempre hay que tratar de ver más allá de las imposiciones del entorno, de la rutina y del paisaje. Al fin y al cabo, sea en un pueblo o en una ciudad, todos hemos crecido de la misma manera: como los champiñones.

jueves, agosto 20, 2015

Vence Goliat

Alexis Tsipras ha presentado su dimisión y convocará nuevas elecciones para el próximo mes de septiembre. La fábula (sí, fábula) de David contra Goliat ha terminado de la forma peor, y desgraciadamente más realista.

Tras muchos intentos por hacer las cosas de un modo mejor, y cuando al fin había llegado la oportunidad, ha sonado la hora triste de rendirse; de agachar la cabeza y besarles los pies; de darles a nuestros amos alemanes todo lo que nos pidan; de, no ya tener que conformarse con un pedazo de pan duro del suelo, sino además que te obliguen a suplicar y humillarte por él.

Porque ya no basta la rendición, con agitar la bandera blanca, con entregar las armas: no. Has intentado cambiar las cosas, has cuestionado al sistema y a quien lo maneja: ahora tu lugar está bajo su bota, porque hay que hacer un escarmiento, para que a nadie más se le ocurra hacer lo mismo. Desacreditada así la "nueva política", los auténticos amos de Europa pueden seguir tranquilamente con su honorable saqueo sin temor a que nadie se atreva a volver a hacerles frente.

Es un día triste cuando se castiga a quien intenta algo nuevo. Cuando la Humanidad ha hecho progresos ha sido precisamente cuando se han hecho las cosas de modo diferente; perseverar en el error es, en términos de trayectoria, un suicidio. Pero para lograr el cambio sólo hay dos alternativas: una es abrupta, radical, por la fuerza; la otra, lenta, constante, como la erosión.

Me permito recordar una escena de la serie House: nuestro huraño médico y su equipo acababan de salvar a un candidato a gobernador (negro, para más señas), habían identificado su mal y ya estaba en marcha su tratamiento. House le dijo "será una gran historia la de su lucha contra el cáncer, así seguro que gana las elecciones"; el político sonrió con tristeza y dijo "da igual, soy negro, no me votarán". House se extrañó y dijo "entonces, ¿para qué se presenta?"; el político le miró y respondió: "ah, usted es de los que piensan que para cambiar las cosas hay que ganar siempre, ¿no?".

Esto ocurrió años antes de que Obama se presentase a la presidencia de los Estados Unidos.

viernes, agosto 14, 2015

Ministros y plantas de interior

Pongamos que yo soy un ministro. De interior, como las azaleas o las gardenias. Pero, además de hacer bonito, tengo a mi cargo temas como la seguridad ciudadana, el mando de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y esas cosillas.

Pongamos que una de las grandes figuras de mi partido lo han pillado en tres o cuatro corruptelas. Bien. ¿Qué corresponde aquí? Pues recibirlo en mi despacho ministerial, por supuesto. Eh, que el despacho sea del ministerio no quiere decir que no pueda tratar en él temas de mi partido o temas directamente personales. Ya que me llevo el coche oficial para hacer la compra, lo normal es que todo lo que era del Estado ahora es para mi uso y disfrute. Pero bueno, como la gente es muy dada a protestar, diré que es "para garantizar la transparencia". Eso sí, la reunión es a puerta cerrada, que las plantas de interior somos muy delicadas.

Pero oh, pobre de mi amigo, que sólo por haber gastado un dinero que no era suyo, está recibiendo amenazas. Sí, sí. No sé qué de twitter. Bueno, bueno. Imperdonable. Y claro, el pobre está hecho polvo, porque eso no se les hace a unos señores como nosotros, que les hemos traído la democracia a estos desgraciados. Como planta de interior que soy, me siento abrumado. Creo que me iré a meditar a un sitio así cerrado y fresquito. El Valle de los Caídos, por ejemplo. De paso tal vez le ponga otra medalla a la Virgen, que tanto nos está llevando por el camino de la recuperación. Una pena que esos perroflautas no lo sepan ver. Desagradecidos...

martes, agosto 11, 2015

Malditos dinosaurios

Como todo es cíclico ya están aquí de nuevo los malditos dinosaurios, cual las oscuras golondrinas de Bécquer. Que no digo yo que esté mal, yo soy el primero que disfruta viendo a estas antiquísimas bestias bramando y haciendo de las suyas, lo que pasa es que esta película ya nos la habían contado.

Como ya había pasado antes, a alguien le pareció que sería una buena idea traer de nuevo a los malditos dinosaurios al mundo. Pero claro, estos animales habitaban un entorno idóneo para ellos, habían crecido en él, estaban perfectamente adaptados a él y eran los dueños de su mundo. Ahora, por los cuatro listos de turno, se ven traídos a la fuerza a un mundo que no es el suyo, para vivir encerrados en un entorno mucho más estrecho y bajo unas normas que ellos, los antiguos amos de la Tierra, no habían dictado. Y claro, como animales que son, como malditos dinosaurios, se cabrean y la lían parda: rompen todo lo que les limita, se meriendan a unos cuantos infelices y pisotean a otros tantos.

Y ahora a ver quién es el guapo que va y les dice que no, que este ya no es su mundo y que tienen que adaptarse a lo que hay, que tienen que someterse y ser personas, como si en sus cerebros primitivos entrasen conceptos como "convivencia pacífica" o "consenso". Si se pudiera hablar con ellos lo que dirían es: "¡Pero tío, que soy un maldito dinosaurio! ¡Si no me gusta lo que hay arraso con todo y punto!".

Porque otra cosa no, pero si algo tienen los malditos dinosaurios es que son muy poderosos, y el poder no atiende a razones. Y así van, cargándoselo todo y a todos para ir poco a poco dejando el mundo como un solar, como una selva donde sólo ellos dicten la ley. Y los humanos, los pobres tontos que los trajeron a la vida, se vean reducidos a carroñear las sobras de los malditos dinosaurios, y no te quedes mucho a la vista a ver si vas a ser el postre.

El final previsible y triste de la historia, porque como dije al principio todo es cíclico, y lo que ocurrió antes volverá a ocurrir, es que la única esperanza de los pobres tontos que trajeron de vuelta a los malditos dinosaurios es aliarse con otros malditos dinosaurios que sientan pena de ellos para que, ya que nunca volverán a ser los reyes de la creación, al menos tengan su sitio en este nuevo viejo mundo, poder rebuscar en las basuras sin que se los coman demasiado y, por si acaso, no levantar mucho la voz.

Termino este post con algo que no tiene nada que ver: no he visto Jurassic World, pero viendo el tráiler deduzco que es como aquel chiste de Padre de Familia en el que Peter decía: "he escrito un guión de una película, es igual que Tiburón pero al final, cuando están luchando el tiburón y los tíos del barco, aparece otro tiburón más grande y entonces los del barco y el primer tiburón se tienen que aliar contra él: la voy a titular Supertiburón".

sábado, abril 19, 2014

Cuatro de noche a Lisboa

Acabo de volver del cine, hemos ido a ver Tren de noche a Lisboa. El caso es que en el cartel luminoso sobre la entrada de la sala lo que ponía no era "Tren" sino "Tres". Al entrar en la sala estaba vacía, así que sólo éramos dos a Lisboa. Al final entró otra pareja, así que fuimos cuatro. Cuatro de noche a Lisboa.


La película trata sobre un profesor que blablablá ¿a quién le importa? ¡¡¡ID A VERLA, POR DIOS!!! Hacía bastante tiempo que una película no me absorbía de tal manera. La amistad, la lealtad, el deber, el deseo, los celos y la admiración se conjugan en una modesta obra maestra del séptimo arte, en uno de esos mirlos blancos que son las buenas adaptaciones cinematográficas de obras literarias. Realmente vale la pena sacarse el billete de ese tren nocturno para seguir la pista de ese filósofo, poeta, doctor, revolucionario, hermano, amigo, y sobre todo, soñador y orfebre de las palabras. Un viaje de ida a la reflexión y a la vida, con todo lo que ello conlleva; un viaje que esta noche sólo ha contado con cuatro pasajeros.


¿Te apuntas a ser el siguiente?



domingo, octubre 06, 2013

Una mancha en la carretera.

Esta tarde me encontraba conduciendo de camino a mi pueblo a ver a la familia. El día estaba despejado y había buena visibilidad; el día perfecto para salir a conducir.

Cuando estaba a unos 25km, casi ya en el tramo final del camino, tras una curva veo a un chico de mi edad o algo más joven en mitad de la carretera y haciendo aspavientos, indicándome que me detenga. Noto su agitación, algo no marcha bien. Mientras aminoro, lanzo la vista más adelante y allí, más adelante, veo un coche escorado en el carril y a su lado una moto tirada en el suelo. Varios motoristas están inclinados sobre lo que imagino es uno de ellos, accidentado. Junto al lugar donde me he detenido hay un apartadero con una tienda de suministros rurales, así que aparco el coche en una de las plazas. El chico que me ha dado el alto se sube en una moto junto al aparcamiento y vuelve al lugar del siniestro.

Estoy a unos 100m del accidente, al bajarme del coche oigo a lo lejos unos llantos desconsolados. Una mujer en el exterior de la tienda está mirando la escena. Me informa de lo que sabe: no ha sido una, sino dos motos las que se han salido del carril y han impactado contra el coche. Eran tres los motoristas: el primero se libró, el segundo se dio de lleno, el tercero tuvo un poco de margen y frenó pero también impactó, aunque menos grave. El que iba en cabeza, el que salió ileso, creo que era el chico que me indicó que frenase. En el coche iban una mujer y dos niños, por fortuna no les ocurrió nada.

Dos chicas que pararon después de mí resultaron ser enfermeras y fueron a auxiliar. Uno de los motoristas accidentados estaba sentado en la entrada de una incorporación justo al lado del lugar del siniestro. Se "libró" con una pierna rota. El otro yacía en el suelo, respiraba pero no respondía, le salía sangre de la boca. Lo mejor que se me ocurrió para ayudar fue ir hacia el otro lado, y hacer lo mismo que hizo el otro chico conmigo: indicar a los coches que se acercaban que aminorasen, para que la cosa no fuera a mayores. Cuando se formó una fila de coches lo bastante larga para que llegase a la última curva volví al frontal de la tienda.

Se aproximaron los niños, llevados hasta allí por un par de vecinas del pueblo, por lo visto los conocían, debían de ser de allí. Los dos estaban muy impresionados y lloraban. Al rato vino su abuela, que lloraba aún más que ellos.

La ambulancia llegó a los 10 minutos. Inmovilizaron al que estaba en peor estado y lo subieron. Entretanto, llegó la guardia civil y levantó acta de atestado. Abrieron de nuevo el paso, pero no había lugar a retirar el vehículo, así que pasamos entre el coche y la ambulancia. El coche tenía la parte izquierda del frontal y la puerta del conductor muy dañados, junto al vehículo en el suelo, los restos de una de las motos, completamente destrozada.

Cuando volví varias horas después conduciendo de vuelta a mi casa, reconocí el lugar del accidente y observé una cosa: sólo quedaba una mancha en la carretera, una mancha que podría haber sido cualquier otra cosa: una pequeña mancha de aceite de motor, un desafortunado animal que cruzó en el peor momento, una pequeña fuga en el contenedor de un camión cisterna. Pero no lo es: es una temeridad que salió demasiado cara, una vida perdida o arruinada para siempre; es una familia rota, es el recordatorio de que correr puede llevarte más deprisa, pero no necesariamente a donde tú querías llegar.

sábado, abril 14, 2012

Viento de poniente

Cuando los ángeles dejen de llamar con luces vacías,
Y haya un descanso en cada cuerpo abandonado,
vendrá a nuestros ojos la noche desnuda
para dejar flores sobre el felpudo de goma,
para secar ríos de palabras gritadas,
para traer sólo cosechas de fantasmas;
será entonces la hora de los sabores y la espuma,
del sueño repetidamente distinto cada vez,
y cada vez conocido y nuevo.
Habrá en cada árbol un manto dorado y tierno,
telarañas de humo en los caminos de siempre
y una gota de sonrisa en los pájaros que lloran.
Hasta entonces, tendremos que mirar olas amargas
que caerán sin remedio en la arena blanca;
hasta entonces, seguiré aquí mañana,
viento de poniente,
para darle la enhorabuena al sol
por otro día preñado de batallas.