martes, mayo 31, 2005

Todos los caminos llevan a tí

Muchas jornadas han transcurrido desde que tengo memoria. Unas más alegres que otras, o que deseo recordar más que otras, y siempre con la promesa de que cuando me despertase el Sol habría vuelto a salir. Era frecuente una alta probabilidad de llenar el estómago de alimentos y los pulmones de aire; el corazón de sangre y los ojos de paisaje. Pero hay cosas muy difíciles de llenar.

-¡Bah, somos jóvenes, no pienses en eso!

-Si, somos jóvenes. ¿Pero qué diremos cuando no lo seamos?

Mi pregunta flota en el aire y muere sin conocer al objetivo de su corta vida: la respuesta. Miro a mi alrededor y no veo más que animales con forma humana atrapados en sus propias vidas. Nunca "yo con todos" sino "todo para mí". Me canso; nadie puede sentir piedad eternamente.

Salgo. La noche aún guarda unos rescoldos del día acabado. Vuelvo a mirar a mi alrededor y todo es predecible como un reloj, como un absurdo y predecible reloj.

En mi cabeza hay un sólo recuerdo. Es una mujer ante la que yo, aunque estúpido y orgulloso casi siempre, me inclino humilde. Hay mil reproches para un hombre que hace estas afirmaciones, todos ellos inútiles para quien no los escucha, en parte porque son fruto de la ignorancia, en parte porque hay quien se basta a sí mismo para saber lo que quiere y cómo querer. Habría que debatir, entonces, si todas las opiniones merecen respeto.

Esta mujer ha cambiado mi limitado universo. Sigue siendo limitado, pero sus estrellas brillan con más intensidad. Ahora hay además de la promesa de que el Sol volverá a salir la de que el día de mañana será mejor, y siempre se cumple. Ahora sólo quiero llenarme el estómago de sus caricias, los oídos de su voz, los ojos del maravilloso paisaje que son los suyos. Quiero con la carne, quiero con la mente, quiero con el alma.

Te quiero.

lunes, mayo 30, 2005

El precio de la fama

¿Alguien tiene o ha tenido algún amigo que, tras algún pequeño éxito, se ha vuelto un borde insoportable? Seguramente no, pero el caso es que sucede. Algunas veces, el precio de la fama implica algo más que tiempo y esfuerzo: implica una disolución total del sujeto en la sustancia televisiva. El individuo tiene que sentirse aceptado, involucrado y adaptado exclusivamente en su nuevo entorno, y por ello tiende a rechazar a sus antiguos amigos "normalitos" para desenvolverse con mayor soltura en su bien remunerado nuevo trabajo como supuesto artista de lo que sea.

Este es el caso de un cómico español muy conocido que, antes de su salto a la pequeña pantalla, tenía un empleo de currante en Madrid. Era para la vida un chico tímido, y sus compañeros de trabajo le animaban a salir, a divertirse, a vivir. Entonces, tuvo su oportunidad y debutó en un conocido programa donde triunfó. A partir de aquí su destino cambió y se convirtió en uno de los personajes más famosos y "divertidos" de nuestro panorama humorístico. Los contratos llovieron: hoy aquí, mañana allí, en dos o tres sitios a la vez... pero la fama se cobró su precio, cortando definitivamente y para siempre con sus antiguos amigos del trabajo. Según palabras textuales de uno de ellos: "desde que se echó el Mercedes se ha vuelto un gilipollas".

Pero también hay otras opciones evolutivas. Existe la forma más inferior de sujeto, carente de voluntad propia y carácter, que se debe internamente a quien le paga el sueldo, a quien le saca guapo en las fotos y a quien lanza su carrera. Estamos hablando de la forma más sugerente y lucrativa de arte: la música.

Aquí tengo que hacer un pequeño paréntesis aclaratorio. Cuando me refiero a lo peor de la música no me estoy refiriendo a esos que son descaradamente comerciales, con coreografía, maquillaje y estribillo pegadizo. Al fin y al cabo, no son más que los peones que usan las discográficas para sacar dinero. No fingen pretensiones filosóficas ni intelectuales y, como todo aquello cuyo único objetivo es ser vendido, basta con no comprarlo si no nos gusta. Como lo peor de la música yo entiendo esta nueva ralea de cantautorcillos melódico-melosos que hacen pucheros mientras cantan. Con sus bobas letras, dignas de figurar en las carpetas de las quinceañeras más cursis junto a las rimas de Bécquer más ñoñas (ñoñas, bonita palabra), pretenden mantener una pose romántica en plan baladista baboso. ¡Por favor!

El problema al que yo quería llegar con estos figurines radica en que, al tener tan poca conciencia de si mismos, no se dan cuenta del precio de su fama y son otros quienes tienen que pagar el pato: sus fans. Uno de estos cantamañanas se hospedaba en un hotel donde también se alojaba un admirador suyo de 13 años. Después de esperarlo toda la mañana en el hall, cuando por fin su estrella apareció en el hall camino de la puerta del hotel, se acercó a él timidamente con un bolígrafo y una foto de su admirado cantante para pedir que se la firmase. Por toda respuesta, el chico recibió un empujón -no violento pero sí despectivo- y un gruñido donde se intuía la frase "tengo prisa, voy a un concierto". Un atónito espectador le comentó al recepcionista que también había presenciado la escena: "Qué tipo más desagradable, ¿no?", a lo que el recepcionista respondió: "Es que sólo firma autógrafos cuando hay cámaras". ¿Y el admirador? Entre lágrimas, juró que cuando llegase a su casa lo primero que haría sería tirar todas las fotos y discos de su caído ídolo a la basura.

(NOTA: las situaciones arriba descritas son reales. He mantenido los nombres en el anonimato porque no me apetece que se enfaden ni los interesados directos ni los titiriteros que mueven sus hilos. No me apetece tener detras una jauría de abogados lanzandome dentelladas fiscales.)

Son sólo algunos ejemplos de lo que hay que pagar por convertirse en el becerro de oro, por convertir a otro; es lo que muchos quieren. Casi nadie se acuerda, en cambio, de los héroes anónimos: personas de carne y hueso que dan lo mejor de si mismos a los demás. No digamos que son totalmente altruístas, pero sí son puros. Tampoco lo hacen por ganarse un buen lugar en el cielo, ni por gozar de buena consideración por sus sacrificios, sino porque tienen la firme convicción de que así deben obrar. Hablo de personas que nos dan su tiempo y su juventud, su sola pero suficiente presencia. Porque aún quedan personas de buen corazón, muchas más de las que los medios pretenden, pero es que no hay cámaras que puedan retratar la nobleza de su ser, ni palabras para explicar su fuerte voluntad.

Y es que ya lo dijo el sabio: "Sólo con voluntad y humildad se puede vencer al lado malvado que todos tenemos", lado que puede expresarse en codicia, soberbia o egocentrismo.

martes, mayo 24, 2005

FRÍO

Tuvo que ser un lunes. La mañana estaba sazonada con el más infernal frío que podía permitirse el final del otoño. Un paso, otro más, infinitos zapatazos que componen el camino. Y gente cruzándose, y gente en sentido contrario, y gente a la que adelantar y por la que ser adelantado. Algún hombre mayor, alguna chica guapa, alguna madre con su cría camino del colegio, todos con historias que contar, historias faltas de interés al ser todos poco más que una parte levemente interactiva del paisaje urbano.

Y el paso de cebra que suele estar abierto para el peatón se cierra, y el joven frena sus zapatos a la orilla de la calzada, sabedor de que el semáforo no tardará mucho en ordenar que continúe el trajín matutino de aquellos viandantes sometidos temporalmente a su merced. Al otro lado del paso hay una joven de su misma edad que aparentemente quiere cruzar también, hacia la acera que él quiere desocupar.

Es ella. La altura, el pelo, la ropa, la pose, ha adelgazado. El mismo rostro que tantas veces había creído ver últimamente tras las esquinas; lástima que su recuerdo no inspirase amor sino recelo. Todo acabó ya y no se habían reído juntos lo suficiente como para perdonarse. Esperas, discusiones, excusas, abandonos, cuchillas de hielo en los labios, escarcha en las manos.

La ciudad es lo suficientemente grande para desaparecer a ojos de alguien. Sin embargo, las casualidades existen. Lo que no existe ya son las ganas de esconderse para siempre, o la importancia que una vez se dieron, o los posos secos de un agridulce romance hace tiempo evaporado. La brisa continúa fría acariciando el rostro del chico, y mientras su corazón permanece imperturbable, el tiempo se alarga y la memoria evoca la noche en que él sabía que ella lo evitaría por última vez, la misma en que conoció al que sabía sería el futuro novio de su futura ex-novia, la misma en que ambos estallaron reclamándose a voces el cariño que se negaron, los esfuerzos que no hicieron, el tiempo que dijeron no tener. Fue entonces cuando se despidieron en un último grito, escupiéndose con buenos modales y maldiciendo entre dientes.

El pitido para invidentes del semáforo lo saca del trance. Sigue haciendo frío. El joven encamina sus pasos a vadear el interrumpido torrente de vehículos. Ni siquiera se acerca a la chica, sigue caminando en línea recta y acaba pasando no muy lejos de su lado. Mientras ella permanece inmóvil ni una ni otro se quitan ojo, apisonando y acechando.

A medida que él se aproxima, la cara de la chica va apareciendo de entre la tenue bruma de esta gélida mañana de otoño, pero su rostro ha cambiado, o bien el que lo contempla ahora ya no es el mismo. De todos modos, ya no hay en ella la ternura en la mirada, ni el brillo en los ojos, ni la ilusión en la sonrisa -ni siquiera hay sonrisa- ni el leve rubor que solía haber en sus mejillas cuando se acercaban. Desde luego, sería injusto decir que no es hermosa, pero la mirada está cargada ahora de indiferencia, la boca no llama a ser besada, el rostro se ha convertido en un rostro más de una parte levemente interactiva del paisaje urbano.

Se cruzan en lo que dura un "hola" helado, quizá dos "holas" simultáneos. Él sigue su camino. Ella sigue inmóvil o tal vez no, pero eso es algo que a él ya no le importa.

Preocupado de repente por el caudal de tiempo que los recuerdos han parecido robarle, consulta su reloj para hacer cuenta de la cantidad de minutos arrebatados a sí mismo. Su mirada repasa todos y cada uno de los números del reloj digital, cuando de pronto se detiene en la fecha: ha pasado un año exacto desde "aquella noche".

"Decididamente, la vida es una broma pesada"- dijo para sí, aunque no sabemos si fue ella o él, pero sabemos que ambos continuaron su camino, llevando consigo los restos de aquella noche acechando aún desde el fondo de sus ojos.

domingo, mayo 22, 2005

El tabaco y sus implicaciones

Mañana 22 de Mayo se cumplen 8 meses desde que dejé de fumar. Esto me trae a la mente una discusión que tuve con una amiga que también lo está dejando. La cosa fue más o menos así:
YO: Pues ya llevo siete meses y pico sin fumar.
AMIGA: ¿Sin fumar nada de nada?
YO: ¡Hombre! Algún día que salí eché un cigarro o dos, pero vamos, que al día siguiente no me acordé para nada del tabaco.
AMIGA: Eso da igual. Sí andas coqueteando con el tabaco vas a volver a caer, a mi ya me pasó. Crées que lo controlas, pero no es así.
YO: No, de eso nada. Yo no creo que lo controle, porque a mi también me pasó ya y sé que puedo volver a caer, pero no pienso dejar que eso me amargue la existencia.
AMIGA: Pues yo ya llevo unos cuantos días sin fumar y no pruebo un cigarro por miedo a volver a caer.
YO: Yo no lo veo así. La verdad es que prefiero volver a caer que vivir con el miedo de volver a caer. Puestos en el peor de los casos, de volver a caer, pues toda esa angustia que me ahorro.
AMIGA: No, cualquier excusa es buena para dejar de fumar: sea salud, ahorrar o miedo.
YO: No estoy de acuerdo. Yo creo que hay muchas buenas razones para dejar de fumar, pero no incluiría el miedo.
AMIGA: ¿Por qué no?
YO: Porque puede que sea práctico para dejar de fumar, pero no lo es para vivir sin miedo.

Lo que yo quiero decir con esto es que, para mí, es más valioso el bienestar general que el mero y prosaico hecho de fumar o no fumar. ¿Qué es más importante? ¿Estoy en lo cierto o me equivoco? Estoy seguro de tener razón, pero tengo en cuenta que podría estar equivocado. Juzguen ustedes, no sin antes juzgarse seriamente.

sábado, mayo 21, 2005

Saludos

¡Saludos! Este es un espacio donde escribe un humilde servidor. A lo largo del tiempo me iréis conociendo, si es que no me conocéis ya. Para empezar diré que soy un chico joven al que le encanta escribir, reflexionar y divagar. Mis aficiones van desde la poesía al bakalao (¿pasa algo?) y si hay algo que me gusta en esta vida es discutir.
¿Por qué "el rincón del alma y el tiempo"? El nombre esta sacado de uno de los mejores mangas de todos los tiempos: Bola de Dragón, en el cual había una sala llamada el rincón del alma y el tiempo donde el tiempo pasaba de distinta manera al resto del mundo, de hecho un año en esta sala equivalía a un día en el mundo real. Aquí yo quisiera crear algo parecido, donde el tiempo se prolongase y donde todo significara algo más que rutina. Espero que quien entre aqui disfrute leyendo tanto como yo disfruto escribiendo. Ya iré colgando cosas por aquí. Y, de nuevo: ¡saludos a todos!