domingo, marzo 25, 2007

Opinión y Dédalo

La opinión. La opinión es el fruto de nuestra capacidad, de nuestras creencias (tanto las que nos han sido impuestas como las que no), y hasta de nuestro atrevimiento, porque es ese pequeño ladrillo fabricado con nuestras pequeñas manos y que tratamos de encajar en el Gran Muro del Saber. Es por ello que si nuestra opinión no es tenida en cuenta nos sentimos rechazados, porque en la opinión no emitimos solo un juicio: emitimos la capacidad de reflexión que nos ha llevado hasta ella, así como las creencias y valores que han encendido la chispa de nuestra mente al respecto, y también la personalidad, porque la opinión es un acto íntimo de unión entre la realidad del mundo y el interior de la persona. Emitir una opinión es tanto como emitirnos a nosotros mismos, y por ello desdeñar una opinión es tanto como rechazar a la persona que la ha gestado.
La opinión es una parte de nosotros, algo que ha nacido en nosotros y que lanzamos al mundo con la esperanza de encontrar gente con opinión similar, no porque queramos enriquecernos, sino por la necesidad de sentirnos aceptados, por la sed de ser aprobados por los que consideramos "los nuestros".
Cuántas tonterías se pueden llegar a hacer por esa obligación autoimpuesta de formar parte de un grupo de personas, y hablas y haces para que sepan de ti, para que sepan quien eres, que es lo mismo que saber qué se puede esperar de ti, porque una vez que hablamos o hacemos algo estamos perdidos: entonces somos esclavos de lo que hemos dicho o hecho, y no podemos escapar de la cárcel de nuestros propios actos, porque si te atreves a hacerlo (como puede hacerse cambiando de opinión) entonces aquellos a quienes consideras "los tuyos" empezarán a mirarte con recelo porque algo ha cambiado en tí, y ya no eres "de los suyos" y te rechazarán, porque aquello que te convertía en algo de su propiedad ha muerto.
Sí, de su propiedad, porque en la grandeza del mundo cada persona trata de apoderarse de lo que le rodea para disimular su propia pequeñez. El problema llega cuando no se distinguen las cosas de las personas: las cosas se poseen, las personas no. Sin embargo, ello no impide que un ego hinchado trate de dejar su huella en otras conciencias, y amoldar las opiniones ajenas a la suya propia.
Yo no quisiera aquí adoctrinar sobre la opinión, sino dibujarla desnuda (o al menos, lo más desnuda posible) para poder permitirnos una reflexión sobre ella, y por tanto sobre nosotros mismos. No obstante, ese dibujo estaría incompleto si pasaramos por alto el hecho de su terrible trascendencia. En un sistema donde se supone que la opinión de los ciudadanos cuenta, ésta debería estar bien fundada, debería ser más sólida, que aún pudiendo ser rebatida se pueda apreciar en ella algo de cierto. Cómo comentaba más arriba, la opinión es un acto íntimo del individuo, y por ello no se deberían tomar las opiniones ajenas como propias, porque si las personas tenemos capacidad de raciocinio, ¿porqué nos limitamos a supeditar nuestra opinión, y por lo tanto nuestra voz y nuestra persona a las opiniones de aquellos que sólo quieren nuestra atención y nuestro voto para disputarse el poder? ¿Es que habiendo millones de seres humanos en el mundo sólo puede haber izquierda y derecha? ¿Por qué no puede haber delante o detrás, arriba o abajo, subir a un árbol o cavar un agujero?
La opinión propia es algo tan importante que es capaz de hacernos libres; libres para elegir lo que queremos y saber que nuestra elección es correcta. Es una libertad limitada, porque no nos saca de la prisión de las grandes empresas, de los medios de comunicación y de los intereses políticos y económicos, pero nos permite conocer detalladamente los límites de ésta y poder así movernos por nuestra cuenta a través de ella: y tal vez eso sea lo más cerca que podemos estar de ser realmente libres.