jueves, abril 01, 2010

Cangas, mi Cangas

Esta tarde he vuelto a mi pueblo: Cangas del Narcea. Aprovechando lo largo que es el viaje (2 horas y media de autobús por carretera de montaña) suelo darle vueltas "al tarro", y la verdad es que cunde.

La vuelta a la patria chica siempre es agradable, aunque en este caso más que de "chica" se podría hablar mejor de una vieja coñona y cotilla. Así es Cangas, mi Cangas. Ya en el autobús hago un repaso mental sobre todo aquello que voy a ver, a hacer y, en definitiva, a vivir en el pueblo que me ha visto crecer, "donde viven los míos... y los que ya no están" , como dice la canción de Andrés Calamaro No tan Buenos Aires.

¡Ah, Cangas, mi Cangas! Un mundo aparte, una isla rodeada de montañas, un planeta extraño, una dimensión paralela... Tantas y tantas cosas, en tan poco espacio. A medio camino entre lo rural y lo urbano, Cangas aúna lo mejor de ambos mundos: es un núcleo de población con una actividad vibrante pero donde practicamente todo el mundo se conoce. Hay mucho de especial en sus escasos pero intensos metros cuadrados.

Cuando llego a la casa donde me crié, hay una constante inmutable: Milú, la perrina de la casa. Es algo así como una leona de bolsillo, yo personalmente estoy convencido de que si no ha crecido más es por la mala leche que se gasta. Tiene ya 14 años pero una salud envidiable para tan avanzada edad en un perro. Últimamente es aún más cascarrabias si cabe, pero todo su mal genio lo guarda para "los de fuera"; para "los de casa" es un amor, y aunque siempre hay que regatearle los mimos, también es cierto que siempre es la primera en recibirme cuando llego a casa. A veces cuando me siento en el sofá, ella se pone junto a mí, tumbada contra mi pierna y me mete la cabecita bajo la mano para que la acaricie. Son pequeños detalles que, aunque suene tonto, me llegan muy adentro. Para mí, Milú es mi perrina, y pase lo que pase siempre lo será.

Ninguna visita a Cangas estaría completa sin pasar por casa de Pozo. No, no estoy hablando de mí en tercera persona, como hacen los personajes ilustres como Julio César, Dalí o Aída Nízar (jejeje); me refiero al otro, a Pozo el mayor: mi abuelo. Nació en 1920, así que echen cuentas, pero ya quisiera yo llegar a su edad y estar como él. Me contagió de su afición por la cultura, y la Vida hizo el resto conmigo, pero si algo de bueno puedo tener yo a día de hoy, en gran parte es gracias a él. Le debo mucho. Aunque es natural de Mollina, provincia de Málaga, sería difícil encontrar a alguien más cangués que Pozo.

Y junto a Pozo, Anita la de Pozo, mi abuela. Un día, el médico le dijo que ella no debía llorar por nada, ya que ello le haría mucho daño a su salud. Dicho y hecho: ¿que tropieza? Se lo toma a risa; ¿que le duele algo? Se lo toma a risa; ¿que pierde la movilidad de las piernas? Se lo toma a risa. Y ahí la tienen, con esclerósis múltiple y siempre la sonrisa en la cara y el buen ánimo en la cabeza. Siempre me ha parecido un ejemplo de fortaleza que... me deja sin habla. La verdad es que si lo piensas bien, nos quejamos por vicio. Es una persona muy especial para mí: si se dice de los que son poco modestos "que no tienen abuela", entonces yo debo de tener como una docena de ellas o así, porque lo que esta buena mujer me quiere es de antología. En los últimos tiempos su cabeza ya no es lo que era: confunde los parentescos, no sabe muy bien en que día vive y a veces le da por soltar tales exabruptos que, en una ocasión miré al crucifijo de la pared y juraría que me pareció ver que el Cristo se tapaba los oídos; pero siempre, siempre, pregunta por su nieto.

¡Y qué decir de mis padres! ¡Y mis hermanas! ¡Y mis amigos de la infancia! Y mi sobrina, esa polvorilla que hace lo que le da la gana con todos porque, al fin y al cabo, es "la nena de la casa", y a todos se nos cae la baba con ella...

Sí, aquí, en estos escasos metros cuadrados, hay mucho de especial para mí. Y, sin embargo... sin embargo... creo que si no me quedase ningún vínculo con Cangas, ninguna obligación ni razón para volver... si todos los que yo conozco se marchasen de Cangas, creo que, aún así, volvería igualmente. No tengo palabras para explicar por qué. Por una vez, no tengo palabras.